martes, 17 de abril de 2012

Anónimo

Amor, amor mío, ¿me dejas que te llame así?
Aún me cuesta dejar de sentirte mía. ¿Cómo identificar el instante mismo en que el hilo que nos unía, ese delgado hilo que nos conectaba a la vida, se rompía? No entiendo cómo nos pudo pasar. Nosotros, que ensalzamos y glorificamos el amor. Nosotros, que fuimos capaces de romper cadenas y prejuicios, que nos enfrentamos al mundo y sus obstáculos.
¿Qué nos pasó? ¿Sucedió en medio de un sieño? ¿Mientras hablábamos y enaltecíamos el atardecer? ¿Mientras acariciaba tu cuerpo como si fueras mi escultura más preciada? ¿Cuando te leía los diálogos de Platón? ¿Cuando te besaba? ¿En qué maldito momento se vinieron abajo nuestras ilusiones?
Demasiado joven, demasiada dicha, demasiado todo para alguien como yo.
¿O es todo mentira, y en verdad te obligaron a hacerlo?
¿Quién te fuerza a olvidarme?
No me resigno a esta muerte en vida.

Es la hora del alba. ¿Duermes? Ni siquiera puedo imaginarlo. Me duele. Sí, aún me dueles. En esta vigilia que me mata, puedo imaginarte abandonada a tu sueño, perdida y encontrada en esos mares que te llevan y te traen.
Hermosa mía, no sé qué hacer sin ti. Firenze espera. ¿Qué les digo? No sé pensar ni decidir. Tengo audiencias, decretos, concejos, asambleas, recepciones, interminables reuniones... Veo sus bocas hablándome, pero no los oigo. Nada me importa. ¿Qué futuro tengo? ¿El poder? ¿La gloria? ¿De qué me sirven si no puedo alcanzarte?
Siento mis manos vacías, rotas, perdidas, porque era tu piel la que las llenaba, las unía y encontraba.
¿Qué me queda de ti? No sé, tal vez saber que aún existes. La vida tuya acabará siendo mi única esperanza. Tú, mi esperanza última.
Amor, amor mío..., ¿dónde puedo esconderme de mi dolor?

No hay comentarios:

Publicar un comentario